Vale, pues es la hora de las conclusiones, una semana después de haber regresado a casa. En primer lugar debo reconocer que ha sido, probablemente, el viaje de mi vida hasta el momento, aunque sólo sea por la duración del mismo y porque, lo quiera o no, he estado en algunos lugares que se consideran el centro del mundo, en algún sentido. Como dejo escrito en el título, todas mis expectativas se cumplieron con creces: pero aunque sospechaba antes de partir que iba a tener que tragarme algunos de mis prejuicios para con los norteamericanos, la realidad me sorprendió más de lo que esperaba. La gente ha sido, en general, lo mejor del viaje: increíblemente amables, atentos, superprofesionales en el sector de la hostelería y del comercio en general... Por ejemplo: en Nueva York una señora, negra y bastante mayor, con esa pinta de matrona que tienen en las pelis, nos vio dudar en el metro que llegaba a Coney Island y, sin habernos dirigido a ella, y sin tener ni pajolera de español, nos indicó con una educación sublime que era mejor que bajásemos en la parada anterior a la que habíamos previsto y que esperásemos al siguiente tren. Así lo hicimos, y nos ahorramos un buen paseo. Un tipo con pinta de hiphopero que tiraba de espaldas se desvivió por intentar averiguar, cerca del SoHo, dónde estaba el sitio que buscábamos para comer; incluso, después de haberse despedido, volvió sobre sus pasos para rectificar lo que nos había dicho e indicarnos mejor por dónde ir. En un autobús de San Francisco, que nos iba a llevar al Golden Gate, sólo admitían el pago en máquina con el importe exacto, 3 dólares los dos, como nos indicó educadamente el conductor; Carlos, que para estas cosas se pinta solo (como le dije varias veces durante las dos semanas, no sólo interactúa con el paisanaje, sino que se mimetiza con él, se convierte en indígena por unos días...), cogió el billete de 10 pavos que tenía yo en la mano y pidió change a los pasajeros del autobús en voz alta; pues saltaron en dos segundos cinco tipos ofreciéndonoslo, y una vez hecho, una pareja de ancianos, que nos preguntó de dónde éramos, nos ofreció su billete, que tenía una validez de cuatro horas más que el nuestro, para que lo aprovechásemos. Todo ello, tanto lo del cambio como lo de los ancianos, siempre con la mejor sonrisa en la boca. O la camarera que nos atendió en el desayuno también en San Francisco que nos rogó, tras comentarle cómo estaba el precio de la ropa en España, que fuésemos a comprar donde lo hace ella, en un comercio enorme de las afueras que se llamaba Factory 4 U, para que viésemos lo que era comprar barato... También los de la compañía Dollar, los que nos alquilaron el coche: a los 50 kilómetros de dejar Las Vegas nos reventó una rueda en la autopista, con tanta suerte que pudimos echarnos al arcén sin problemas; tras cambiarla, Carlos insistió en volver para que nos cambiasen de automóvil y para cantarles las cuarenta (insisto: interactúa como nadie), contra mi opinión, que prefería arreglarlo en un taller y seguir camino... Pues no sólo nos cambiaron el coche por uno de gama más alta, sino que nos pidieron disculpas efusivamente y no nos cobraron nada de más, pese a que antes habían insistido en que el seguro no nos cubría pinchazos ni grúa... En fin, podría seguir así hasta mencionar a todo el mundo con el que tuvimos contacto: personal del hotel y de los casinos de Las Vegas, cualquier comercio en Nueva York, empezando por NBA Store y terminando por el maitre del Sylvia´s en Harlem, atentísimo, o por el dueño del Carnegie Deli, que se fotografió con presidentes y estrellas de rock, y con nosotros, muy simpático; o el mejicano que departió con nosotros en el restaurante de Mulberry Street, en NoLiTa, educado hasta el extremo. O la dueña del italiano de San Francisco, una austríca que dejo a Carlos con algo de hambre pero que nos hizo una composición de la vida en la costa californiana que parecía una tesis de Turismo, muy atenta y muy profesional... La gente, sin duda, lo mejor. Pero también vengo enamorado de la ciudad de los rascacielos: Nueva York, y sobre todo Manhattan, es acojonante. Es increíble la sensación de caminar entre edificios de 60 plantas por lo menos, y aunque evidentemente y como todo el mundo había visto la ciudad un millón de veces en las pantallas de cine y de televisión, hay que vivirlo para experimentarlo como Dios manda. Y Central Park, que verdaderamente parece un oasis en medio de la jungla del asfalto; o el Puente de Brooklyn, que no tiene nada especial pero es tan iconográfico... El Village, un pequeño pueblo dentro de la gran ciudad, o el SoHo, superbullicioso; la 5ª Avenida, fabulosa, animadísima, aunque a mí me gustó mucho más Broadway, que es la única que atraviesa en diagonal la isla; y Union Square, la gran sorpresa para mí, una plaza con un mercado de frutas y flores espectacular y quizá la zona más animada de todo Manhattan. También me gustó pasear por Harlem, y sentirme extraño por unos instantes en medio de miles de personas de otra raza; no tanto por Brooklyn, no sé, demasiado distinto al resto de Nueva York, Fulton St. tenía pinta de ser demasiado barriobajera... Vale, en general comen bastante mal, pero he encontrado una pequeña justificación para ello: allí lo más básico, que es la comida y la vivienda, está a un precio exhorbitante. Entré en un par de supermercados, y casi me da un pasmo. Todo el mundo se queja de ello. En contraposición con la ropa, complementos, electrónica y ocio en general, que está mucho más barato para alegría de los turistas que llegan allí, sobre todo los europeos. Pues para ellos sin duda lo más barato, pero con mucha diferencia, es McDonald´s y similares, que como decía la camarera de San Francisco: 'Fast food, good food, and cheap. What´s the problem?' Si hubiese sabido un poco más de inglés le habría rebatido lo de good food, pero visto el precio de la alimentación en general, igual me dejaba sin argumentos...
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San Francisco también me encantó, está en un enclave natural, la bahía que lleva su nombre, asombroso, el área metropolitana es enorme pero la ciudad en sí es muy manejable. Es, por decirlo de algún modo, como Sevilla: tiene algo especial. Allí nos encontramos en una Nike Store de Union Square, el centro de la ciudad, con un culé que se enorgullecía del triplete, al que Carlos le rebatió adecuadamente con la distancia que aún tienen que recorrer para alcanzar la Historia de algún otro club español. Y aluciné con Fisherman's Wharf, los antiguos muelles pesqueros que reconvirtieron en zona comercial y que, aunque quiera hacer una comparación con nuestro Palexco y Centro de Ocio, no puedo: más que nunca, aquí las comparaciones son odiosas. Es impresionante el tinglado que montaron allí, para turistas, sí, pero con una calidad que tira de espaldas. Para perderse un par de días, sólo allí. Sin embargo, Los Ángeles, tal y como preveía también, nos dejó fríos: es una megalópolis tan grande, con unas distancias tan enormes de un barrio a otro, que abruma. Además, el downtown o centro es desangelado, y perdón por el juego de palabras. La calle Broadway y aledaños es la parte histórica de la ciudad, aunque ya se sabe lo que quiere decir histórico en USA: cien años de antigüedad, o sea, del siglo XX. Sólo hay hispanos, y se ve una zona un poco deprimida. Al igual que Hollywood Blvd., que me decepcionó un poco. No así Santa Mónica o Venice Beach, que son ciudades dentro de otra ciudad y que tienen una pinta de ser de gente bien, como de Juan Florez, que no veas. Eso sí, la gente es igual que en la costa este: se desviven por agradar.
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Tengo que mencionar Las Vegas, aunque ya de entrada debo decir que no es mi rollo: cuando estaba allí todo me parecía lujo, glamour y desmesura, y sin duda lo es; pero una vez que ya estuve, me parece un lugar de otro planeta. Es difícil de explicar Las Vegas: no soy capaz de describir sus casinos, ni los hoteles que los acompañan, ni el ritmo de la ciudad de forma adecuada. Me refiero al Strip, donde se concentran los casinos modernos como el Bellagio, el Paris o el Caesars Palace: el downtown de Las Vegas, la zona de Freemont Street y alrededores, que es donde nació todo, ahora está intentando recuperarse, pero de noche parece que aún es una zona peligrosa. En la que se perdía Nicholas Cage en 'Leaving Las Vegas', para ser más preciso. Pues eso: es un lugar que me ha hecho reflexionar. Por explicarlo de algún modo, es como si el Infierno se disfrazase de Cielo: un lugar en medio del desierto que parece habitado por ángeles, pero no es eso lo que hay. Y estoy seguro que cualquier ser humano confundiría los dos sitios, Cielo e Infierno, en Las Vegas. No es mi rollo. Eso sí, vaya buffet, el del Wynn...
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Ahora, a preparar el siguiente desplazamiento. ¿Anchorage? ¿Japón? ¿Sudáfrica, por el Mundial? Cualquier sitio vale: el mundo es muy grande, y una vida no da para verlo todo.
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Finalizo dejando algunas fotos que sacamos con el móvil; y con mi agradecimiento al otro Viajero de Monte Alto: sin él, yo no hubiese podido vivir esta maravillosa experiencia.
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Gracias, amigo mío.
.El Air Train del JFK a Manhattan
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El aeropuerto McCarran, de Las Vegas
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3 comentarios:
Me has emocionado, pedazo de cabrón...
En fin, gracias por tu amistad, por tu preocupación por mis cosas siempre desinteresada y por tener siempre una reflexión oportuna sobre todo lo que nos ocurre.
Vale mucho la pena compartir momentos y viajes contigo, fíjate la aventura que vivimos y siempre nos hemos sentido seguros juntos.
Ahora prepara el desembarco de tu brother en NY, que ya nos iremos tú y yo a esos sitios que nos gustan: Alaska, Laponia, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc..
Y si surge una cooperación pues adelante, que en Centroamérica hay que echar una mano o las dos.
Para viajar sólo hace falta voluntad, tiempo y dinero, pero lo último lo que menos. Se lo demostramos a quien haga falta pero son las voluntades las que no se pueden comprar.
En fin... como pienso todos los días... GRACIAS POR TU AMISTAD Y A POR OTRO RETO.
Vale, viajero, pues dejemos ya de chuparnos las p---as y pongámonos a pensar en el próximo destino; total, esto lo leemos tú y yo nada más... :-) Voluntad es lo más importante y la tenemos, tiempo será difícil aunque no imposible ni mucho menos, y el dinero... tú dirás que no, pero...
¡¡Qué falta hace!!
Y ya sabéis cuándo y cuál será el próximo? Yo os animo a viajar....
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